viernes, 15 de julio de 2011

ÚLTIMA PARTE, de las pinceladas del Carisma y Espiritualidad janeriana



5.- Memoria agradecida: supone recordar las atenciones y gestas de Dios en nuestra vida, la memoria es el sacramento vivo de la experiencia de Dios. Jesús nos invita a “haced esto en memoria mía”, como un recuerdo perpetuo de su gesto de amor derramado por nosotros.  
Este recordar las experiencias nos abre al agradecimiento por el misterio de Redención y de Amor que Jesús realizó y realiza continuamente en cada uno de nosotros. 
Es de simple educación ser agradecido por los favores y regalos recibidos, por las atenciones que tuvieron nuestros padres para con nosotros, sus desvelos en momentos de enfermedad, su preocupación cuando no llegábamos a la hora señalada a casa, y cuántas otras cosas podemos recordar. Pero mucho más grande aún es agradecer a Dios, el don de la Vida, el don de la vida de fe, el habernos admitido como miembros de su Pueblo escogido, y más aún de llamarnos hijos suyos como lo hace con su Hijo único Jesucristo; él nos dignifica y nos identifica como hijos muy amados, porque Él así lo quiere.
Quien vive de esta fe en un Dios que es Amor y que no deja de amarnos nunca, es para agradecer toda la vida. Todo, todo, es un regalo, si lo sabemos apreciar como tal. No hay nada en el mundo que pase desapercibido a Dios, Nuestro Señor. Todo lo tiene preparado y querido para nosotros. 
Es un acto sobrenatural el tener un corazón agradecido con el Creador de todas las cosas. Y un simple acto de cortesía y amabilidad ser agradecido con quienes nos rodean.



6.- Compromiso y servicio: es el pulso que tomamos a nuestra vida espiritual, si estamos disponibles y atentos a los necesitados, es que nuestra espiritualidad está dando buenos frutos, y “por los frutos os conocerán”. Una persona que ora y que no se compromete con el servicio desinteresado en su casa, trabajo, misión o Parroquia, no ha profundizado suficientemente en el gesto del lavatorio de los pies que realiza Jesús el Jueves Santo, le queda aún mucho camino por recorrer. Una fe vivida desde la unión con Dios, en el seguimiento de Cristo hecho hombre, necesariamente se compromete en la misión, en nuestro caso, realizada desde el estilo janeriano, “amar y servir a Dios, siempre y en todo”. Sin distinción, sin falsas humildades, con un amor probado en el sacrificio de quien entrega su vida toda al servicio de los demás.



7.- Celebrar la Vida: esta celebración nos lleva a la alabanza, adoración y comunión con el Dios de la Vida, en la liturgia, en los sacramentos, y sobre todo en la adoración interior que nos sitúa e identifica como hijos, en el reconocimiento de que Dios es amado por sobre todas las cosas. Es la fe que percibe la gracia en los gestos más ordinarios de nuestra vida y es la fe la que nos impulsa a celebrar con la esperanza de que un día entraremos al Reino de Dios y celebraremos junto a la asamblea de los cielos, donde quien preside es el mismo Hijo, que es gloria y alabanza perpetua de Dios su Padre, por medio del Espíritu de Amor.

Finalmente nuestra vida se convierte en un cántico de  alabanza que nos transforma por dentro y nos impulsa a celebrar la Vida presente en todas las personas y seres de la creación, porque todo lo creado existe para dar gloria y alabanza a su Creador. ¡A él sea dada toda gloria y honor por los siglos de los siglos!
Esta experiencia nos ayuda a permanecer llenos de gozo y de esperanza que se hace  "alegría espiritual", que nada ni nadie nos puede quitar, hemos entrado en la esfera de lo sagrado y el gozo de sabernos dentro de este ámbito, nos plenifica como creaturas llamadas a la trascendencia, porque hemos sido creados para esto, para vivir con Dios en alabanza eterna de su gloria.


Llegar a estas cumbres de la espiritualidad es un largo camino a recorrer, la Me. Janer, pasó por todas estas experiencias espirituales, incluso por la noche oscura del dolor e indiferencia, pero el estado de serenidad, paz y alegría, la alcanzó porque no se dejó abatir en la búsqueda constante de la presencia y cercanía de Dios en su vida, la cual quería para ella y para todos los que la trataban. Su deseo de aprender a amar como Jesús, marcó su sencillez en el trato, la amabilidad y respeto por todo ser humano hasta ofrecerse ella misma para poder dedicar toda su vida a estar con Dios, alabarlo y servirlo en la caridad para con sus hermanos.
Siempre y en todo "firmes en la fe, edificados en su amor".


"Amarte y servirte
siempre y en todo" 
lema beatificación amj




Himno JMJ Agosto 2011 Madrid

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